viernes, 8 de enero de 2010

ESCENA 2: Papa, yo lo cumpliré.



Andrés miraba como yacía su viejo padre en la cama. Quien le iba a decir que iba a recordar a su padre por las aquellas palabras...


-Hijo mío, para ir al cielo tengo que cumplir mi sueño...-
-Padre; dígame cual es y yo lo realizaré.-

El señor Antonio descubrió su mayor obsesión cuando tenía sesenta y pocos años.
No sabía si era por los cuerpecillos corriendo, por la pureza de la carne tierna, o por haber estado treinta años al lado de la misma mujer -La que poco a poco había pasado de ser una mujer bella y dócil, a una abuela mandona y repelente-. El caso es que el señor Antonio sentía atracción por los niños, y en especial por los que usaban gafas.



El señor Antonio no visitó una sola obra en su vida de jubilado. Nunca se apoyó en una de esas barandillas amarillas esperando a qué algún obrero la cagara y reventara una tubería con su martillo. El señor Antonio iba al parque y observaba hambriento.

Miraba a todos los niños, pero Manuel era su favorito. Manuel era mofletudo, con unas gafas de pasta azul y bastante torpe; vivían en el mismo bloque de edificio y el señor Antonio visitaba su casa con frecuencia, con la excusa de conocer el estado financiero de la comunidad de vecinos.

El señor Antonio lo invitaba a su casa para recoger caramelos, bombones y pipas de calabaza, pero nunca tuvo el suficiente valor de tocarle un solo pelo.
Y cuanto más crecía el deseo por tocarle, mas aumentaba  la estatura del joven y su miedo por hacerlo.


El cuerpo del señor Antonio resistió hasta el final de la historia, pero no aguantó para escuchar la respuesta de su hijo.
Andrés estaba exhausto, sabía lo que tenía que hacer, no había ninguna duda.

-Papa, yo lo cumpliré.-


Canción recomendada: Rock ´n roll (Celia Cruz).

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El vulgar secuaz.